miércoles, septiembre 06, 2006

Insomnio

Mala costumbre la mía de no terminar lo que comienzo. Sucede que siempre he soñado con un poema en el que diga todo lo que puedo y quiero decir, a propósito de mis posibilidades expresivas; nunca me ha importado demasiado la unidad del texto. No creo en la unidad, no me interesa. Me importa sólo la tensión, la carga eléctrica atravesando las palabras, quemándolas, librándolas de sí y de mí. Sólo es eso.
Éste es un nuevo intento, o como apuntara Eliot, un diferente género de fracaso. Es un fragmento, y estoy seguro que el remate es malísimo, pero es provisional, pues el resto del poema continúa en proceso de construcción. Disculpe las molestias que esto le ocasiona.


Vértigo de la medianoche,
escalofrío que recorre y atraviesa las vértebras del sueño que no llega.
Hastío, cansancio, arrumbada oscuridad debajo del ropero.

Ésta es la rabia impronunciable del insomnio;
la luz enferma, el ciego devaneo de las horas nombrando a sus criaturas;
pólvora del recuerdo, cristal enfermo donde hay una mancha parecida a mí;
espejo donde los nombres me acechan y se pierden
cuando ya he gastado toda la nostalgia,
mis ganas de sufrir, la rabia frenética de la memoria y sus palabras.
Y ya no queda más que nada.

Quiero decir que me parecen las sábanas, hoy, inhabitables;
que me cuesta la resignación bastante más allá de lo que creo,
que no me basta el cuerpo en el artificio de la respiración;
que necesito entidades parásitas creciendo en la heladera,
invocando mi asco, el lamento escandaloso
de cadenas arrastradas sobre el filo del cuchillo en la cocina,
todo el tiempo, cuando ya no lo hay o sobra demasiado.
Que preciso algo como un milagro nacido en la tiniebla del alcohol,
oasis donde los sedientos de peligro encuentran redención
sin necesidad de fingida disculpa;
crucifijo de los mapas que apuntan a ninguna parte
y en cada traspiés pierden el rumbo, cinco taxis
y la cuenta de los tragos,
camino al cuarto de baño de la casa.


Descorcho esta botella,
y en el movimiento perezoso de la mano, algún demonio se libera.
Vociferante diablo que inyecta oprobios, evidente riña,
parietales golpes contra el inculpado cordero de cantina.
Leviatán en construcción, a medio camino entre el terror,
la aventura, el terremoto;
doloroso intercambio sentimental de borracho y prostituta:
mezclados aromas que ruedan sobre dos quimeras paralelas;
conclusión romántica en medio de la obscenidad antes del alba;
cama en donde Dios, el portero, la cartera, cualquier cosa,
se posterga, derrumba y catapulta al nuevo día en la ventana:
verdugo inexperto en plazas inventadas
para conquista de la chusma y el escarnio.

Pero todo esto es mentira: juegos,
pirotecnia donde el verbo, la manipulación y el artificio
levantan el Coliseo del Invento y la Desdicha.

El Diablo, la botella y su anegado misterio conforman el mundo de lo cierto.
Y yo aquí, también, irrenunciable, angustiadamente verdadero,
seguro, guarecido en la insoportable negrura del desvelo amargo.

Aburrido, postergado, temeroso, servil, cobarde, adjetivo y sin dinero,
bebo dos, cuatro, cien tragos de aguardiente
y vuelvo a pensar en el Diablo que me aguarda al final de este cristal;
en mi poseída exageración, anticristos que velan mi sombra todavía;
Dios, las meretrices, toda posible tumba que me acecha;
la vinata, este edificio, mi Babel de espectros y de sombras.
Penumbra que se yergue y disfraza de hombre
sobre un terráqueo globo encima del librero.

La botella es el mundo; estas palabras, su informe de rendición,
su torpe melodía de borracho desvelado e impelido de hartazgos y lamentos,
conjuros y venganzas, olvidos contra nadie;
garabateados salvoconductos del insomnio,
cuando Nunca Jamás ya clausuró sus puertas.
Amor, mentira.
Temblor y rabia.


Algo sucede con la madrugada.
Hay un ruido descompuesto de cosas que no importan, pero pasan:
ebrios en mitad de la calle, tarareando, mal, canciones aprendidas hace tiempo.
Ruido descompuesto y multitudinario de perros aulladores;
gemidos, flores en puertas ya desfallecientes,
cosas peores rodando escaleras pecho adentro.
Velocidad de automóviles y motocicletas;
fúnebres carrozas, grullas, ambulancias, autos patrulla, agentes de tránsito y la policía en pos de muertos, suicidas, prostitutas, ladrones, homicidas, camellos, bandoleros, peleadores, drogadictos, estafadores, activistas, rotos, partidarios, jodidos, perdidos, perdedores, golpeadores, padrotes, pendejos, insurrectos, parias, zurdos, exhibicionistas, disidentes, trasnochados, quebrantados, rompeleyes, inmorales, malnacidos, hijititos de putita, alterando siempre el orden público de durmientes, madrugadores, señores, niños y decentes damas que esperan despiertas al marido con cuatro rosetones abiertos al cariño indecoroso que tal vez nunca llegará.

Algo sucede afuera en toda madrugada,
persistencias plagadas del ruido de cosas que pasan,
fantasmas heroicos y obscenos.
Duele ver que son otros quienes viven y ocurren y delinquen,
malvendiendo su alma, siempre a la baja en el mercado.

Y uno aquí: obediente, manso, limitado,
romántica sucursal del hartazgo insomne,
doméstico borracho perdido entre la bruma de todo aquello,
y todo entre la niebla.
Inmensidad que aburre,
hartazgo agigantado: masturbación nocturna, pez, complejo, nada.
Apenas un ruido descompuesto que persiste
en los millones de timbres que a esta hora se niegan a sonar,
para anunciar la aparición del mundo,
cuando ya he saqueado casi todas mis palabras.

Ternura,
vil sordera,
casi cruel insomnio.

Ésta es la noche.
Éste, el insomnio.

2 comentarios:

G dijo...

Y quién no ha sentido ese vértigo, ese pegamento entre párpado y ceja. Quién no ha sentido la tremenda ansiedad de ver una hora, otra hora, otra hora deshojarse como margaritas de quinceañera. Quién no ha sido la de afuera, el borracho, la flor en la puerta… y quién se ha salvado de rascarse en la memoria y permanecer enterrado en las sábanas muertas de aburrimiento. Maestro, me ha encantado vuestro poema. Si es que le falta como dices, ta gueno… a mi, así como está, me requetemovió la entraña.
Abrazo.

Julián Otálora dijo...

"Como margaritas de quinceañera..." Las horas. Lo dices de un modo, Gaba, que da miedo, me cae.
Sobre el poema (o su intento) debo decir que nació así como dices, una noche en que no tenía más de cinco pesos en la bolsa, pero sí casi un litro de aguardiente. No podía dormir o no quería resignarme (como ahora). Había reunido ya la fantástica suma de ocho horas dormidas en tres días tres. Tenía ansiedad. Quería salir, emborracharme afuera, que alguien me rescatara, que ese alguien fuera mujer y que además deseara acostarse conmigo. No eran sólo ganas de ayuntarme con una que se apentontara, nomás ese juego del amor de a mentiritas, algo de cariño, un poquito así, sólo eso. O no. Tal vez entonces sostener un episodio interesante con la Policía, tres o cuatro descalabros, algo de peligro, una persecusión de antología. O no. Entonces batirme a duelo con espadas o naufragar en alguna costa oriental o treparme a cantar a un escenario y me abuchearan y seguir cantando. Cualquier cosa. En fin, no tenía idea de qué diablos quería, ni valor ni temple para articular una respuesta efectiva contra ese tremendo hartazgo-fascinación del mundo que no me dejaba conciliar el sueño. La respuesta tenía que venir de fuera con violencia. No llegó. El resto ya lo leíste: me emborraché describiendo las sensaciones de esa malahora hasta que ya de mañana logré dormir, por fin, casi doce horas seguidas.
Gracias por tu comentario. Me da un chingo de gusto haberte agradado y que haya valido de algo el mal tiempo de esa noche.
Ojodehacha, me hiciste reír con eso de la Pantera Rosa. También me dio no sé qué, algo parecido a la tristeza, pero no exactamente; melancolía, tal vez.
Yo también recuerdo ese capítulo. Lo vi muchas veces cuando era niño, y siempre me conmovió la actitud de la Pantera; lloré algunas veces incluso (me da algo de pena confesarlo, pero tenía que decirlo en honor a la verdad). Y ahora que lo pienso podría ser que en alguna parte del poema, más adelante, dedique algunos versos a la falsa muerte del cucú. A tu salud, viejo. Serán pa ti.
Un abrazo a mis dos víctimas lectoras. Sean compartidos, no se lo peleen. Los quiero mucho.