martes, agosto 08, 2006

Último round

“Eran tus caprichos de luchador derrotado, era tu burlona mirada,eran los espacios ocultos donde no cesabas de cicatrizar,en cualquiera de aquellas escenas donde estabas a punto de cerrar la puerta a tus espaldas, anulándolo todo;con el rostro magullado por los golpes y por las patadas, buscando tú también aquel Halcón Maltés en el que nunca creíste, porque tal vez era de mala suerte para encontrarlo creer en él,o porque quizá la esperanza te habría conducido más rápidamente a esa derrota que, pese a todo, nunca esperaste.”
José Carlos Becerra, El Halcón Maltés.

El principio

Vino el delirio y se metió en mis puños. Estaba dormido. No supe cómo ni por qué, pero de golpe adiviné el juego.De momento, lo siguiente que recuerdo es a un tipo grande, poco hábil, trágico y moreno: yo mismo acaso; mis manos ya absurdas desde entonces; burdo egocentrismo acometido entre ruidos y tinieblas de pasado; manchón obsceno en el espejo, harto, aburrido, sordo.Soy yo: Alberto. 17 años. No cartilla. No credencial. No pasaporte. Fregado transeúnte monolingüe. Apenas un muchacho trepado en mitad del ring merodeando las vendimias de la rabia, a la izquierda de un febril argumento parecido al desencanto; los guantes puestos; los inútiles brazos mal vendados; un modesto ramito de albas torpes y embusteras... Y enseguida el campanazo, el cabrón caraemalo que viene hacia mí tan campante, tan infame y veloz como el abucheo, la porquería, el insulto de la gente borracha tras las dos, perdón, cinco, no, diez mil angustiosas cuerdas rojas, acorralando un cansancio adolescente que rebotaba entre las cuatro esquinas: perseguido fetiche predilecto de la esponja, arrumbado ahora en una esquina.No sé qué hacer, y es lo único claro que logro resolver bajo los párpados hinchados, el labio roto, los inútiles afanes de mantener qué guardia en alto. Pero el segundo round, la vanidad, el golpe de nuevo estrellado en plena frente, el oprobio y la rechifla, me dictan una sola, pueril, apurada consigna: «Este joputa lo quiso: Ya te jodiste, boxeador de mierda».Voy al frente intentando rendir a ciegas una patria dolorosa. Me hundo en el miedo, el estupor, la rabia, un amasijo de maltrechas emociones que pugnan por seguir golpeando frente al vendaval de croses, jabs, uppercutes, el gancho, me cerró, derechazo en la mandíbula, qué lona más dura... Y enseguida el conteo: uno, dos, tres cuatro, cinco, ¡maaaaaambo!Me levanto, pese a todo. Y comprendí el mensaje: me pongo a la altura o me rompes la cara, malnacido. Ahora ya conozco el juego. No me engañas más. Pero no es cierto: tu velocidad me traiciona y sorprende una y otra y otra vez. Mi cara es un volcán a punto del derrame sangriento, y es nada más que el principio. Este tipo nunca se equivoca, alcanzo a pensar, mientras intento atrincherarme a un paso tras los guantes, en un burdo simulacro de aparentar que comprendo de sobra lo que es una guardia. El último que recibo es un golpe indudable de tirano iluminado. El corazón me da un vuelco y un rodeo: Pienso en Nina, en otro tiempo aún por llegar, otra ciudad, otra venganza no jurada que, pese a todo, habrá de cumplirse más tarde. Pero esto no ha ocurrido aún, ¿o sí? Y yo no pienso en nada, porque de nuevo el dolor increíble en la frente... astillas, trozos de vidrio que brotan del suelo para clavarse en mi cabeza... ¡Un! ¡Dos! ¡Tres! ... Nina... ¿dónde fue?... y el infinito conteo... ¿A qué derrumbe perteneces? Porque ahora soy un falso luchador caído y...Tal vez sueño y es posible que sea todo esto nada más que un invento. No hay boxeador ni público ni ring. Nada de esto pudo pasar nunca y todo es falso. Tendría que serlo. Y entonces, ¿por qué recuerdo tu piel blanquísima, Nina, invocando no sé qué oscuridad que amenaza dispersarme, convertirme en trozos pequeñitos de materia molida, masticada, engullida, defecada? ¿Por qué, Nina? ¿Qué te hice? Y sin embargo, yo también tuve mi parte en el asunto, ¿pero dónde? (¡Cuatro! ¡Cinco!)... Venías a mí. Era de noche. Sabemos bien de qué se trata; para qué engañarnos. No es cierto, sólo tú supiste, porque sólo tú pudiste inventar tanta… Yo, en cambio... ¡Por favor, Alberto, nadie te pidió nunca nada! ¡No seas tan imbécil! No, tú nunca pediste nada, te lo concedo. Pero alguna vez te importó que... ¡Estás borracho! La discusión no es si estoy o no borracho. Muy bien. ¿Y qué quieres? Tú lo sabes. ¡Para qué! ¡Qué pasará después! No lo sé. ¿No lo sabes? No, por supuesto. Se trataba de... No sabes nada. De acuerdo. Pero hace un rato lo sabía, y tú también. Estás pendejo. No, creo que no... Y luego el ruido fracturado de un espejo detrás tuyo. ¿Es cierto? ¿Fui yo? Porque quizá podría ser otra clase de ruido, algo como... ¡Ocho! Sí, estoy bien, réferi. Sí, ya te dije que son tres, ¡no!, espera, ¡cinco! ¡No! ¡Cuatro dedos! (está bien, carajo, no sé cuántos). Sí, seguro. Muy bien, sí. (Déjame en paz).Alberto, 17 años, encendido por el brillo del diablo; cuatro esquinas que me acechan en el justo centro de un mundo que no existe. Desconozco si alguna vez terminó aquello, si alguna vez bajé del ring, pero de momento resistí tus embestidas, boxeador. ¡Esto no se acaba hasta que la gorda cante! Y doy uno, diez, veinte, cuatrocientos golpes. Los anulas todos y sonríes, canalla. Crees que vas a ganar, pero no es cierto, Monstrito, Demonio, Gigante, Goliat, Arcángel, Inaudito Boxeador de Mierda. ¿No puedes ver que soy yo el héroe y es inútil que golpees? Soy un monumento al escarnio, al dolor, a tu mentira. Mírame, aún no me haces nada. Soy inquebrantable. Qué importa que ahora otra vez esté cayendo. Sí, tú también, cuenta, cuenta ahora que puedes, réferi traidor. Porque cuando me levante...(Lloras lloras lloras. De verdad lloras. Y yo dudo. ¿Qué significa ese llanto? Nina, perdóname, te digo. No es nada; sólo una astilla bajo el pie. Es sólo que el maldito espejo... Pero no dices nada y sigues llorando. Te encierras en el baño. Elena y Bertha despiertan y salen de sus cuartos. ¿Qué pasó? No respondo, porque de pronto sobreviene un temblor alcohólico que intento contener, pero no puedo; me recorre el cuerpo y lo revienta, pura dinamita o carga eléctrica de angustia y desesperación atrapada, desahuciada, en el callejón más miserable de mi amor. Y enseguida la explosión. ¡Al Diablo!, alcanzo a decir de modo ridículo antes que todo por fin se venga abajo. Y ya hace un año de aquello, Nina. ¿Supiste por qué? ¿Siquiera tienes una idea? Yo sí, y sería inútil venir a decirlo aquí y ahora. Lo mismo robé el saco de pastillas del armario; y entonces también corrí, aunque no había adónde, porque nunca ha habido tierra suficiente para esconder esas heridas que debemos aun desde antes de infligirlas, las únicas que de verdad duelen. (¿Y ahora? ¿Lo sabes ahora?) Estoy cerrando una puerta detrás mío; mastico medicinas; las aliento a bajar con medio litro de Mezcal Magueyito. Entra Bertha; la amenazo; pongo la peor cara de no te acerques que conozco; me arrebata de un tirón la bolsa de medicamentos. Ya no importa. Me tiendo en el colchón y espero, no sé bien qué, y más bien sí sé y me da vergüenza, y continúo esperando con vulgar torpeza de suicida imbécil, justo cuando el tiempo para esperar que pase cualquier cosa ha vuelto a su lugar y se ha hecho polvo.(Nina. Si pudiera volver a entonces... Pero no hay tiempo. Porque esto no sucedió nunca y es probable que tú tampoco existas).Y ahora, cuando el referí está cantando el ¡siete!, me yergo de nuevo sobre mí, cada vez más sangriento, más imposible, más fuerte, más violento y boxeador que tú, boxeador. ¿Ahora lo comprendes? Veo que no, porque otra vez caminas hacia mí y pareces aún furioso. Pero yo también te entiendo ahora, viejo. No creas que no. Has venido a vengarte, a reintegrar tu propio rencor, siempre mal pagado, siempre desecho, bajo la opresión aérea de los cuatro reflectores sobre el ring y el extraño bautismo espectador allá abajo, en las butacas. Tú también estás jodido y, hay que decirlo, eso tampoco importa mucho. Y, sin embargo, no has ganado. Aún estoy de pie. Once veces lograste que cayera antes que pudieras inventar a éste que de una vez y para siempre seré frente ti. Tú, mi creador.Pero no cantes victoria. Es el último round. Ambos sabemos que no hay redención posible en este cruento juego de la suerte empeñada en la derrota, en cualquier burdel de feria, cualquier tiniebla o quimera circense. El castigo vino pronto. La hora del perdón nunca llegó. Estamos hundidos, viejo. Hasta la mierda.Y ahora, a levantarnos cada cual de las esquinas. Ya nos toca. Se han cumplido doce campanadas; la última está sonando ahora.Dios y el Diablo te reciban en sus hornos. Ahí nos vemos, púgil. Va por ti.

7 comentarios:

G dijo...

Es de mañana, entro, encuentro... Me dispongo a leer: café y cigarro en mano... Estoy emocionada!

G dijo...

Knock out compañero!
Muy muy muy disfrutable...
Y entrañable...
Y sentido...
(con todo y los embarrones de sangre)
Lo dicho: sos canalla... y de los gráficos!
Beso

Anónimo dijo...

??????

Julián Otálora dijo...

Qué decir, viejo, así son las peleas. No siempre se gana. Y cuando se gana, algo también se pierde.
Es el tiempo; esto es lo que noto yo en mi texto. Una pelea hace mucho. Una fantástica y buena pelea. No gané, casi nunca gano; pero te puedo jurar que nunca estuve más cerca de la gloria ni me sentí más invencible.
No así esa noche en que perdí, por imbécil, o porque así tenía que ser, no lo sé, una historia amorosa que todavía duele, mucho más allá de las cicatrices en el rostro y los nudillos rotos; más allá del gesto de desesperación y de amargura que ofrezco al espejo en ciertas noches.
Ya ni modo.

Anónimo dijo...

Tanta mierda y tanta sangre, no hay nada como el sonido de un putazo o de un llanto ahogado o la sensacion de una herida en la nariz, verdad alberto , ja.
Ke paso con elena y bertha, su historia viene en la segunda entrega o nada mas fueron siluetas fugaces, buen ritmo viejo.
Rompete una pata!!

Julián Otálora dijo...

Antonius,

Me ha dado un vuelco la emoción ahora que mencionas esa historia, sus protagonistas, mi inutilidad, toda esa mierda como bien dices.

No sé por qué, o más bien sí sé, pero no quiero compartirlo, sólo es eso, no sé bien a bien y mal a mal por qué tu conocimiento de mi nombre me ha puesto como estoy ahora. Es algo como aquello de esa canción: "Hoy sólo me pongo triste cuando alguno, en el momento más inoportuno, me pregunta por ti".

Asumo que eres el Chitey, por esa jerga teatrera, que no teatral, del "rómpete una pata". ¿Es así?

Como sea, me hiciste recordar, y eso ya es bastante malo, viejo. Si supieras cuánto.

Y respondiendo a tu pregunta, no sé qué habrá sido de Elena y de Bertha.

De la primera, sobre todo, no volví a tener noticias, y es una lástima, porque siempre la quise y admiré mucho, excepto cuando interrumpía mis espacios amorosos.

De Bertha, pues sé que le va bien, que por ai anda y que alguna vez la encuentro en el msn, aunque sólo una vez después de aquello hemos hablado por ese mismo medio. A veces, por qué no decirlo, también extraño su conversación.

Con Karenina (Nina) hablé una vez, también por ahí mismo... Pero no te sé decir más. Me dejó con más preguntas que respuestas: mal, otra vez dolido, insoportable. Y lo que es peor, me hizo darme cuenta que no he sanado, pero consigo aún sobrevivirla, pese a todo.

A propósito, ¿por qué será que las mujeres más amadas siempre nos dejan así, sin una pinche respuesta y con diez mil signos de interrogación en tinta roja sobre la palma de las manos y algo más allá?

Entonces, ¿eres Javier o asumo que otro fantasma ha venido a recordarme todo aquello que tanto me esfuerzo en no pensar, aunque no olvide (porque yo nunca olvido, viejo, has de saberlo)?

Julián Otálora dijo...

Y aquí viene , lo veo venir, el penúltimo golpe del Último Round...

Por supuesto, mi viejo hermano lobo, ¿no es aí, Iván?

Dime que no me equivoco. Un abrazo hasta allá donde estés, viejo perro mojado de pasados... (eso último se lo digo nomás a tu corazón metfísico y de pollo, lobo, no te ofendas).