jueves, agosto 17, 2006

La visita más deseada

Elizabeth venía a casa en noches como ésta.
Jamás avisó nada.
Ni un recado, una llamada por teléfono, cualquier cosa.
Aparecía y punto.
Y yo la amaba por eso.
Porque me rescataba de la noche,
de aquella angustia de esperar que algo aconteciera;
del alcohol y su interminable fila de horas que no sueñan
ni duermen ni perdonan ni extravían.
Y del hambre, también, alguna vez.
Por eso nada más amaba a Elizabeth algunas noches.

Entraba en mi cama con la misma naturalidad
de quien pide un cenicero y dos cervezas en un bar.
Se montaba en mi cara.
Me mojaba completo, a punto de ahogarme entre sus muslos.
Deshacía la muerte y la vida completas
en cuatro movimientos de cadera,
y me obligaba luego a ir por un pastel
a esa tienda que abre toda la noche
y queda a veinte cuadras de mi casa.

Me matabas, Elizabeth. Y no te dabas cuenta.
Y por eso yo te amaba.
Porque te convertías en Cleopatra, Bovarie y Salomé...
Te volvías igniscente; ardías en dos segundos
–yo tu pabilo y tú mi guía–
y luego te ibas sin decir adiós ni cuándo tornarías.
Me dabas nada más que un beso y decías,
a medias disfrazando una sonrisa:
“Adiós. Nos veremos algún día. Pero no sé cuál.”

Cómo no amarte Elizabeth.
Cómo podría ser ingrato contigo,
si la mañana que me desahuciaste de una vez y para siempre de tu vida,
olvidaste un par de medias negras a propósito;
cocinaste dos estrellas enlunadas,
como te gustaba llamarle a dos simples huevos estrellados,
y pediste que me olvidara de olvidarte.

Es cierto: de tus juegos nunca aprendí nada.
Y hasta donde tengo noticias,
he cumplido con mi parte, Elizabeth.
Pero tú, lo mismo, no volviste.

Ni de broma.

1 comentario:

G dijo...

De cómo las visitas deseadas se convierten en obsesiones, visiones nocturnas, sudorosas madrugadas. A veces pasa que no pasa más, a veces sí y resulta que las obsesiones se vuelven cotidianos, los cotidianos hastío, el hastío cansancio, el cansancio olvido... así que mejor quede el deseo, la pura pasión, la locura esa... salú pues por los improbables pero posibles encuentros. No me sirvió de exorcismo como pretendía... pero de que hizo lo suyo, lo hizo.